"Un bosque, un cielo y algunas presencias extraordinarias"
...........................................................................................................................................
Artistas:
Pablo Suárez / Pablo de Monte / Leonardo Cavalcante / Federico Villarino

Partiendo de dos obras del artista argentino Pablo Suárez (1937-2006) que forman parte de la colección permanente del Cultural San Martín, presentamos esta muestra que reflexiona sobre un tema pictórico de larga tradición como es el paisaje, pero abordado desde el extrañamiento y la irrupción de elementos que trastocan y amplifican el concepto tradicional del paisaje como género. La propuesta está enfocada en poner en diálogo estas dos obras de Suárez con las de tres artistas contemporáneos que, de distinta manera, exploran el mismo tema pero dotándolo de cierta dimensión metafísica y simbolista, que opera enrareciendo la imagen y aportándole nuevos y variados significados.

Las obras Brisas del Plata, Colonia (2005) y Muerte en la playa (2005) de Pablo Suárez, fueron donadas por el artista al Cultural San Martín en el año 2005, y forman parte de nuestra colección permanente.

Espacios: 4to. piso / entresuelo
Un bosque, un cielo y algunas presencias extraordinarias

El tema del paisaje es una constante en la historia del arte, tanto en sus producciones artísticas como en la teoría y la historiografía que se han encargado de estudiarlo en toda su complejidad. Con el inicio de la modernidad surge, a la vez que la pintura a plen air, el paisaje urbano, esa batería de imágenes que devuelve distintas interpretaciones de lo que el individuo ve cuando abre una ventana y mira: ya no hay bosque, río, llanura ni montañas. En su lugar, una topografía constituida por calles rectas y edificios apelmazados entre sí. De los bulevares atestados de paseantes de los impresionistas a las inquietantes soledades de los metafísicos, el paisaje urbano fue abordado una y otra vez. Con el surrealismo, visiones oníricas, arquitecturas y paisajes naturales se entremezclan para dar cuenta de un nuevo discurso estético e intelectual.

Hoy, aquí, en esta muestra, el tema del paisaje natural -o al menos el no urbano- hace de hilo conductor para enhebrar distintos tipos de imaginarios y un progresivo enrarecimiento de la atmósfera.

El punto de arranque está dado por dos obras de Pablo Suárez. La primera es simple y naturalista, dotada de una soledad casi metafísica, trascendental. En la segunda, una escena extraña y violenta estalla en medio de un paisaje ribereño sereno, recortada de modo tal que no haya una lógica evidente que nos permita enmarcarla.
Le siguen las irrupciones trigonométricas en medio de bosques clásicos o románticos de Federico Villarino, donde la belleza idealizada de sus bosques y lagos (con llamadas a Poussin, Lorrain, Constable y los maestros holandeses del 600) se ve irrumpida por la presencia inverosímil de contornos geométricos, vectores y símbolos provenientes del mundo racional de las matemáticas, la ingeniería y el diseño industrial. Una tensión incurable se ha instalado en estas escenas.

Paisajes cósmicos y planetarios, o bien absolutamente irreales y simbolistas son los que crea Leonardo Cavalcante en estas obras. La fantasía va ganando terreno, y así lo que en las pinturas de Villarino eran contornos, aquí se vuelven cuerpos geométricos: pirámides, conos y formas poliédricas flotando en el espacio, en un paisaje estelar, o posadas sobre suelos coloridos, habitados por una sola y única figura fantasmal, que podría ser un mesías o un simple ángel caído.

A esta poética Sci-fi y simbolista le siguen los extrañados bosques semi abstractos de Pablo de Monte, paisajes por donde circulan las criaturas geometrizadas de su delirado universo metafísico. Aquí la imaginación y el sentido de lo imposible toman la posta, y los bosques se vuelven estilizaciones atravesadas por formas geométricas, a su vez, extrañas: espirales de círculos concéntricos en tensión con rígidos y omnipresentes conos. En algunas obras, de Monte interviene pinturas de paisajes naturalistas ya existentes -compradas a pintores en ferias callejeras-, para plantar allí sus conos y sus robóticas criaturas, tan protagonistas unos como las otras.

Atravesado por reflexiones estéticas y teóricas ligadas al arte en sí mismo, el tema del paisaje está más relacionado hoy a la revisión de estos problemas artísticos -ya históricos- que a representar el entorno natural como una forma de conocerlo y, tal vez, exorcizarlo. Ni siquiera como una forma de expresión.

Aunque si pensamos un segundo en las recreaciones, ensambles y recortes que servían de ejercicio plástico y discursivo a los pintores del pasado (desde Giotto hasta Aizemberg), caeremos en la cuenta de que el paisaje pictórico siempre estuvo allí en función de una simbología que trasmitir, una historia pedagógica que contar, o una ley perceptiva que el artista debía dominar para poder ser, un poco más, él mismo.

Mariano Soto

77_dscn4449.jpg
       
77_dscn4475.jpg
       
77_10714382101532776834622221267007765594984004o.jpg